Ferviente
creyente en los principios de libertad, igualdad y fraternidad, me cuido mucho
de creerme mejor o peor que cualquiera otro y, por mero deseo de reciprocidad,
procuro no dejarme arrastrar al juicio de las ajenas intenciones.
Por eso, de
normal, con respecto a los que escoñan la vida del prójimo, su presente y su
futuro, con sus decisiones y actos, prefiero más bien opinar públicamente, eso
sí, con opinión firmada y rubricada. Es lo que hoy me pasa con los idiotas
morales.
Idiota moral
es un concepto tratado ya desde 1993 por Norbert Bilbeny y García en su obra El idiota moral. La banalidad del mal en el
siglo XX. Con él se refiere el autor a ese tipo de personas que, no
careciendo de un nivel más o menos elevado de inteligencia desarrollada o
cultivada, son, sin embargo, o así se manifiestan, incompetentes para
diferenciar las consecuencias éticas de sus actos y decisiones. Su grado de
idiotez es a veces tan elevado que están inhabilitados para distinguir el bien
del mal que los unos, sus actos, y las otras, sus decisiones, causan al bienestar
–felicidad no es término que me guste en exceso- de los demás.
Conste, en mi
defensa, que hasta ahora, y aunque también sea viernes (consejo de ministros, ¡cuerpo
a tierra!), no he puesto más nombre propio en este texto que el del creador del
concepto de idiotez moral, así que cualquiera otro que se le haya pasado por la
cabeza a quien me lea es de su personal responsabilidad.
Si a esta
idiocia moral añadimos cierto grado de cinismo, en el sentido éste de desvergüenza en el mentir o en la defensa y
práctica de acciones o doctrinas vituperables, y se entrega el idiota moral
de vario género a la prostitución del lenguaje con eufemismos –prostitución que
alcanza al propio significado de eufemismo: manifestación
suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante
(verbi gratia: lamento mucho lo tuyo por siento mucho que te hayan despedido)- los cuales, más que tales,
son utilizados como torcederas del lenguaje para engañar y confundir a
ciudadanos y opinión pública, ya es para echarse a temblar, si aún no se está.
Muchos de los circunloquios utilizados podrían tomarse a risa si no fuera
porque la realidad que pretenden ocultar se muestra dramática cuando no ya trágica
y no puede apreciarse en ellos el mínimo humor, ni tan siquiera la mínima
decencia política. Contradicción esta que, nuevamente, me lleva a preguntarme,
¿por quién nos tienes estos cínicos idiotas morales que nos gobiernan en vario
ámbito territorial?
No voy a
ponerme aquí a hacer recopilación de ejemplos, ni yo tengo ganas de cabrearme
con efecto retroactivo ni a ustedes le serán del todo ajenos. Baste como
refresco de memoria uno de los últimos escuchados y con el que se disfrazaba la emigración de nuestra juventud
como “movilidad exterior”.
Conste en mi
defensa, ahora, lo mismo con referencia a los apellidos. Los que le hayan
podido resonar en el cerebro a quien leído me haya no le habrán llegado de mi
texto.
Habría que
recordar a nuestros dirigentes políticos, especialmente a los gobernantes de
éste injusto desgobierno las sabias palabras de Fernando Lázaro Carreter: el lenguaje ordena la visión del mundo y su
perversión es uno de los mayores peligros a los que se enfrenta la democracia.
Respóndase
cada cual la pregunta que planteo. A mí, de la respuesta, me salen
lamentaciones: ¡Ay del día que rompamos el vínculo del lenguaje y no les
creamos ya ni las verdades! ¡Ay del día que digamos: Basta!