El pasado 18 de abril anunciaba que andaba intentando rescatar, para poder ofrecértela a ti, navegante que de cuando en vez atracas por este Cuaderno, la entrevista efectuada en 1988 a don José Luis Sampedro. Hace días, desde el 18 de mayo exactamente, que las gestiones realizadas a través de Amaya Delgado -para mí la voz que quien personifica la eficacia, la discreción y el bien hacer- dieron su fruto y recibí el beneplácito del maestro para reproducirla aquí. El no haberlo hecho antes es exclusivamente responsabilidad mía y de los azares y avatares del vivir.
La entrevista fue realizada, te recuerdo, para el número 0 de Cuadernos de la Babilonia (revista literaria del Ateneo Cultural el Albéitar de la Universidad de León) y vio la luz el 14 de noviembre de 1998, primer aniversario de la entrada en funcionamiento de éste, 14 de noviembre de 1998.
Muchos y buenos son los recuerdos que afloran a mi mente de aquellos tiempos, ¡qué obra común fueron el uno y la otra!
La Portada de la Revista es esta que aquí les presento. El interior se ilustraba con más fotos del maestro (todas ellas obra de Cristina Colinas) e impresas en sepia y que no tengo escaneadas y en algunos de los originales aparezco yo, y no las sé tratar para desaparecer de ellas como hicimos para la revista. Confórmese pues el lector con la portada.
La entrevista se presentaba y decía así:
Esta vez con... José Luis Sampedro
Todo, la escritura es todo
Lo confieso, comencé aquel día 13 de Julio, con la perdida media hora que ya es habitual en mi vida. Sólo que esta vez, venía a tener una razón física que, si bien ni ante mí me justificaría, sí, al menos, me la explicaría: a pesar de las cartas y conversaciones teléfónicas, la emoción de ir a conocer personalmente a don José Luis Sampedro, apenas si me había permitido conciliar el sueño.
Fue por tanto el viaje a Madrid contra el sol y contra el reloj.
A las doce, hora fijada, su voz: "Que suban, que suban, les espero, se´ptimo E", a través del teléfono interior, nos franquea el control del portero. En el ascensor además de nosotros, un palpitar de corazón.
Nos espera a la puerta de su casa. Cómo describir la emoción de reconocerle, de tenerle ante nosotros, alto, afable, acogedor, como un amigo de antiguo. Sin embargo, es don José Luis Sampedro. Don José Luis Sampedro, que enseguida nos regala y pide el tuteo, la confianza. Su casa aparece como él, acogedora, vivible, serena, poblada de objetos que evocan sus andanzas, sus quereres, sus aficiones. Pero la presencia de él es la que los anima y les da su valor. "Pasad, pasad... Hace calor aquí arriba y hoy no me funciona el aire acondicionado. Poneos cómodos. Para empezar, tú -me dice- quítate la chaqueta". Todo son preocupaciones por nuestro bienestar, interés por nuestro viaje, por nuestras cosas: "Si vais a hacer fotografías, es mejor bajar esta cortina... así..." y después de todo, él: "No he pasado buena noche, dudé si llamar al médico, pero no quería preocupar a nadie" -aguantó, pues, la noche- "Además, no tenía dónde avisaros"...
¿Quiere que lo dejemos para otro día?
No, por favor, ahora, con vosotros, ya estoy bien del todo, seguro que fue el calor. No os preocupéis... Venga, ¿está todo bien así? Pregunta lo que quieras y después seguimos hablando con más tranquilidad.
Y comenzamos:
Para romper el hielo y antes de entrar en materia literaria, don José Luis, ¿cómo ve usted, ahora, desde fuera, la universidad española?
Bueno, yo ya hace muchos años que estoy alejado de la universidad. No tengo pues experiencia reciente, pero por lo que hablo con profesores amigos, como el resto de la educación. Mal, inestable, no se han terminado de ver los resultados de una reforma y ya se pone en marcha otra. Tendiendo hacia una excesiva especialización y abandonando las humanidades, lo que más forma el corazón y la mente de los jóvenes estudiantes. Esto es lo que veo y oigo cuando voy a los institutos, aquí en Madrid. Y en la universidad, pues más o menos, lo mismo. Antes, desde que acababas hasta llegar a la cátedra, tenías que andar por varias universidades, contrastabas tus opiniones, te enriquecías de otros criterios y al final, llegabas a donde querías y podías. Ahora, parece ser, es todo más endogámico. Pero de esto, vosotros sabréis más que yo, seguro. Lo que quiero decir, es que antes me parecía más completa la educación, la formación, hasta en la ortografía. Ahora... Por ejemplo, el otro día, mi nieto estaba estudiando la fórmula de la caída de los sólidos en el vacío. Y yo me decía: ¿cómo se podrá vivir sin saber la fórmula de la caída de los sólidos en el vacío? ¿Me entendéis? No digo que no haya que saber eso, no, pero también muchas cosas más, porque estos chicos que saben tantas cosas, sin embargo, no saben expresarse con un mínimo de precisión, cosa que hace falta hagas lo que hagas en esta vida y aunque no hagas nada. Lo he dicho por la radio, estoy cansado de decirlo y... Bueno, pues eso, yo, de la universidad, pues sé poco, la verdad.
Usted fue senador por designación real en las constituyentes. A veinte años vista, ¿se ven cumplidas sus esperanzas?
Mira, esta pregunta es fácil de contestar. Si a mí, en el año setenta y ocho, me dicen que veinte años después íbamos a estar como estamos, pues no me lo creo. Fue una experiencia emocionante y, aunque perduran muchos problemas, desde allí se comenzó a cambiar la manera de tratarlos y solucionarlos. Es decir, nos hemos, por fin, civilizado.
Pasemos a la escritura. Don José Luis, ¿se es y se escribe o se escribe y se es?
Y aquí, la mirada, asombrosamente viva, se ilumina aún más. Se despierta la pasión de una vida.
Mira... Todo, la escritura es todo. Escribir es vivir. Yo, de pequeño, de joven, tenía algo que me atormentaba. Un sentimiento que después comprobé que no era acertado. Y de aquella, mi manera de soportarlo era escribiendo. Era y escribía. Ante esa situación o una similar uno se justifica y decide, bueno, aunque sea a los ocho años, es decir: pues me tengo que arreglar con lo que tengo, y te empiezas a montar tu propia vida y a vivir tu vida y tus fantasías y tus historias y tus cosas. Ahora, esa situación a otro quizá, probablemente, le lleve a la música si tiene buen oído, o si tiene una vista privilegiada, unas dotes visuales, quizá pinte, no lo sé. ¿Por qué a un señor que se siente, digamos, acorralado, le da por escribir? Pues quizá porque no tiene otra cosa, no lo sé. Ahora, sin embargo, escribo y soy.
Y se produce un silencio en el que él mira sus manos y parece que se emocione. No puede haber sino respeto antes de proseguir:
Dice Simone de Beauvoir que una mujer no nace, se hace, ¿un escritor no nace, se hace?
Bueno, eso nos lleva a un problema muy general, cual es ¿hasta qué punto nuestra personalidad se hace? Nuestra personalidad se hace en muy gran parte. Es decir, lo que nos da la biología nativa es, digamos, una arcilla, un material. Pero luego la sociedad nos construye. Qué duda cabe, ella tiene razón, que la sociedad enseña el rol de mujer, como enseña el rol de hombre. Entonces, el escritor no nace. Pero si acepta esta idea mía que he dicho antes de que a cierta edad de la infancia uno se encuentra con la necesidad de algo, ahí es donde posiblemente empieza no el escritor, pero sí la tendencia a expresarse, por decirlo de otra manera. ¿Cómo diríamos eso? En todo escritor hay unas condiciones de origen que hacen que otros no sean escritores se pongan como se pongan. No sé cómo decirlo, verdad... Ahora, a partir de ahí el escritor se hace y quizá teniendo esas condiciones, pre-condiciones de origen, si no se hace uno, no es escritor. Esa es mi respuesta. Se trata de las dos cosas. Es como el problema del fondo y la forma. Es una división artificial que sirve para hacer análisis literarios, pero no se pueden separar. Cada fondo exige una forma y cada forma se encuentra incómoda en un fondo que no es el suyo. No, no, eso es inseparable.
Talleres de escritura...
Mira... La necesidad de escribir, las precondiciones de que hemos hablado, no se dan en un taller. Lo que se enseña en un taller es... pues hombre.... A parte de ortografía y las reglas de la sintaxis y de la gramática, te pueden enseñar ejemplos de otros escritores, analizarlos, hacerte ver cómo, con que astucia uno ha puesto al final lo que otro ha puesto al principio, cómo mantiene el suspense, cosas de ese tipo, trucos del oficio. Pero un gran escritor no se hace en un taller... un gran escritor -puntualiza alzando uno de sus larguísimos dedos-. Un escritor corriente, sí, pero un gran escritor no. Ahora, me parece muy bien que haya talleres.
¿Puede ser la lectura un buen taller?
Indudablemente... Antes no había talleres y en la lectura estudiábamos todos. Yo he leído muchísimo, como casi todos los escritores, por otra parte.
Literatura y cine, don José Luis, ¿"El río que nos lleva" que usted nos trajo es el mismo que al cine se llevó?
No, en absoluto. Se lo dije muchas veces mientras la hacían. Yo había escrito la historia de unos hombres que vivían en y del río. En la película parece que se han acercado al río a merendar. Falta de la obra lo más importante después de los hombre: el río.
Y, puesto que en el agua estamos, pasemos de
El río que nos lleva a
La vieja sirena, ¿qué me dice de Krito?
¿Que qué te digo de Krito? Que es mi personaje favorito. Y además, te contaré una cosa: cuando empecé a escribir La vieja sirena, Krito no tenía la más mínima importancia. Era un personaje como para no acordarse de él. La vieja sirena empezó porque a mí me gustó siempre mucho la poesía de Safo y se acababa de publicar una traducción nuevo y la estaba yo leyendo. Entonces se me ocurrió empezar a hacer un cuentecito en que cuando Safo cae al mar la salva una sirena vieja que la coge en sus brazos, la lleva a un islote que hay, la deja en seco, para que no se ahogue, y entonces viene una sirenita joven y la vieja le dice: "Mira, ésta es otra clase de bichos, los hombres, unos personajes de la tierra". Bueno, una cosa así. Pero luego comprendí que el que una sirena salve a una mujer, pues no tiene mucha gracia. Entonces pensé que quien se arroja al mar no es Safo, sino un muchacho joven, despechado porque su amada le ha dejado. Entonces la sirena salva al joven y ya estamos en el cuento clásico de la sirena enamorada de lo humano. Pero eso quedó desplazado por la tesis básica de la novela de que la mortalidad es mucho más hermosa que la inmortalidad. Es decir, que los dioses, cuando copulan, hacen gimnasia, pero no hacen el amor, porque como no se van a morir, pues no tiene gracia la cosa. La cosa tiene gracia porque el hombre se va a morir, si no, no tiene gracia. Entonces ya la cosa cambio por completo. La tesis de la novela es esa: prefiero morir. Y todo esto lo cuento porque la novela está montada a base de qué representa la vida y por tanto la muerte, que es la sirena -inmortal- que pide la mortalidad, y quien representa otra cosa distinta -pero que también emborracha- que es el poder y que es Ahram. El plan original de la novela era el plan del poder y la vida. Y bien, entonces, en la casa de Ahram, a quien yo me imaginaba algo así como un Onassis, un archimillonario que tiene de todo, y que en su palacio en Alejandría tiene navegantes, médicos, poetas, no sé qué más y un filósofo para enseñárselo a los invitados cuando vienen y que salga el filósofo y diga sus agudezas y sus historias y sus cosas. Pero, claro, cuando el filósofo se pone a hablar con Glauka, pues o se va a la porra o se engrandece. Y Krito empezó a crecer cuando se sienta en el banco de los delfines con Glauka. Porque Glauka anima a quien sea. Y para mí, Krito, por más ambiguo, por más transgresor, por más mutante, por más abarcante, porque está con un pie en cada mundo, Krito es la liberación. A mí Krito me encanta. Estoy orgullosísimo de haber hecho a Krito... Y me ha enseñado mucho además.
Por último, para no cansarle -Protesta:
No hombre, no, no os preocupéis de eso- la caja de las postales. ¿Cómo está la caja de las postales?
La historia de las postales empezó hace dos años y medio de una manera algo especial, porque yo estaba cansado de haber escrito lo último, El Real Sitio, que me había llevado muchos años, mucho tiempo. Quería hacer una cosa facilita y tenía mil seiscientas postales de primeros de siglo y tal... Y, bueno... Esto es una cosa fácil, porque yo cojo a los personajes que viven ahora pero que han conocido a los que escriben y siguen en las postales relativamente unidos. Y yo quería utilizar eso para hacer una historia de amor entre viejos. Porque la gente tiene la idea de que ya de viejos no. Pues mire usted, pues sí, se ponga usted como se ponga. La vida no renuncia a nada y pone la chispa donde le da la gana. Pero claro, ya uno de los personajes tenía ochenta años y no funcionaba muy bien. Entonces lo sustituí por su hija que tenía sesenta. Ya con sesenta se puede jugar a mucho. Y cuando ya tenía cerca de doscientos folios de una primera versión y casi otros doscientos de una segunda pero no acabada, de pronto, me voy a Tenerife hace unas semanas, en mayo, y me pongo a escribir y llego derecho a casi un centenar de folios que no es exactamente la caja de postales, aunque voy a utilizar las postales. Es otra cosa distinta que prefiero no contar todavía, pero que es diferente y que estoy escribiendo muy por necesidad. Y que espero que salga, no sé, pero es otra cosa. Es una apuesta un poco arriesgada... pero que me sirve para no callarme. Es decir, para librarme de condicionamientos de argumento, de que el argumento haga de coraza a lo que yo quiero contar y que el argumento ponga limitaciones y que me impida decir cosas que no son verosímiles con ese argumento. Entonces me he cargado el argumento por completo y digo lo que me da la gana y se acabó y hay una justificación final que espero que le haga ver al lector que se podía decir todo eso sin argumento. Pero es arriesgado porque esta vez no sé lo que va a salir, pero bueno, en eso estoy...
En toda su respuesta, lo más importante, si cabe, fue la determinación en el tono de la misma, la afirmación de una voluntad, de la libertad de esa nueva escritura. Nos enseñó las cajas de postales, su rincón de trabajo, su tabla de náufrago y otras muchas cosas más que describir no puedo y que junto a lo aquí transcrito hicieron de este día uno de los mejores de mi vida.
José Luis Sampedro es, en sus palabras, un "ochentón". Ese aumentativo irónico suyo refleja exactamente la voluntad que de él, de sus gestos, de su voz y sus palabras brotan a cada segundo. Son los suyos unos ochenta años que se han hecho a sí mismos. No los ha pasado, los ha vivido, los ha querido, los ha amado y hecho suyos. Para los que le escuchamos, por siempre, una lección de vida.
Permítaseme por ello dar desde aquí, de nuevo, las gracias a don José Luis Sampedro, por todas sus atenciones y, sobre todo, por todas sus lecciones.
Y agradecerle que aún hoy, meses después, me sienta acogido por su entrañable y amigable abrazo.
¡Gracias, maestro!
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Después, ese mismo día, sucedieron muchas más cosas. Hubo mucha más conversación y muchos más tesoros... Pero esos, de momento, quedan para mí consideración personal.